Nada


Él sabía que era imposible, pero tenía la sensación de sólo existir realmente cuando estaba en la cama. Conservaba los recuerdos del día que había precedido a aquel momento, pero eran imágenes que no sentía como suyas. Caras, acciones, ruidos. Bien podían haber sido sacadas de una de las películas que veía en el portátil, ya escondido dentro del edredón nórdico y las sábanas marrones.

En la cama, siempre estaba desnudo. Había dejado de usar pijama en la universidad, y ahora ya no le encontraba ningún sentido. Aquellos años también parecían formar parte de un reflejo irreal. Lo mismo que esa mañana, y la anterior. La lógica, las reglas de coherencia que rigen el mundo, le indicaban que su vida tenía que ir más allá de las cuatro paredes de su habitación, pero el hormigueo de su piel parecía llevarle la contraria a esas nociones básicas sobre el funcionamiento del universo.


Para él, sólo existían aquellas horas antes de dormir. El ligero vértigo al ver pasar los días del calendario mientras todo a su alrededor permanecía estático. La colección de novelas de Paul Auster, las láminas de Hopper en las paredes. Un vaso de agua a medias en la mesita de noche. Luego los brazos pesados, la sensación de caída, y finalmente el sueño. Al parecer, su cuerpo se despertaba por la mañana, y realizaba las funciones que debía realizar, se relacionaba con la gente con la que se debía relacionar. Sin embargo, hasta que no se desnudaba y se metía en aquel colchón vacío, su mente no despertaba de su letargo, y volvía a ser consciente de su propia existencia.

O quizás todo era un truco. Quizás estaba realmente atrapado en un bucle atemporal, y la razón por la que sentía aquel desapego hacia sus recuerdos era que realmente fueran falsos. Era algo que llevaba tiempo sospechando, pero hasta aquel instante, no se le había ocurrido que podía, simplemente, levantarse y comprobarlo. Sintiendo como su corazón se aceleraba, se incorporó de la cama y caminó descalzo hasta la puerta de la habitación.

Una vez allí, contuvo el aliento, y reuniendo toda su fuerza de voluntad, hizo girar el pomo lentamente. Cuando la puerta se abrió, todos sus temores quedaron confirmados. Al otro lado sólo se extendía la nada. Informe, infinita. No tenía color, ni siquiera era negra. Era el vacío absoluto, alargando sus tentáculos invisibles hasta el marco de la puerta, rozando su piel con un tacto carente de sensación o temperatura.

Permaneció inmóvil unos minutos, ajustando su cerebro a aquella información, sopesando sus implicaciones. Después, con movimientos cansados, cerró la puerta, dejando la nada al otro lado, y volvió a meterse en la cama. En fin, suspiró, por lo menos ahora sabía que no estaba loco. Luego volvió a coger el ordenador portátil, lo apoyó en su regazo, y siguió viendo la película.

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