Palabras largas

NOTA: Este relato ha sido escrito utilizando 20 palabras aleatorias sugeridas a través de twitter: Hipopotomonstrosesquipedaliofobia, surrealismo, tolerancia, esperanza, esternocleidomastoideo, manos, estómago, cacharrería, tedio, zarrapastroso, pesado, alegría, hipotermia, infamia, camino, laguna, agua, churri, desternillante, volátil



PALABRAS LARGAS


David le dio otro sorbo a su cerveza, mientras intentaba sin éxito recordar cuántas había bebido ya esa noche. Después de la séptima se había propuesto dosificarlas un poco, pero no había mucho más con lo que ocupar aquella sucesión de silencios incómodos. La verdad era que David no conseguía entender qué coño veía su hermana en aquel tío larguilucho, sin sangre ni sentido del humor. Saúl, se llamaba, y desde el día que le vio entrar en la cafetería de la mano de Julia, con aspecto zarrapastroso y tropezándose con todo como un elefante en una cacharrería, David supo que jamás podría llevarse bien con él. Todavía conservaba la esperanza, no demasiado secreta, de que su hermana comprendiera el severo retraso mental del muchacho y le dejara plantado de una vez, aunque aquella opción cada día parecía menos probable. En fin. La única razón por la que había aceptado pasar el puente en aquella casa en mitad de la nada era por que Julia insistía en que los dos hombres de su vida se llevaran algo mejor, así que lo mínimo que podía hacer era fingir interés.

-Es una pasada. La casa, quiero decir -¿eran impresiones suyas, o sus voz sonaba más densa y pegajosa, como orugas arrastrándose fuera de su boca? El alcohol debía haber empezado a hacer efecto.

-Sí, bueno, la construyó mi bisabuelo. He pasado aquí los veranos toda mi vida -David creyó que iba a continuar con alguna anécdota infantil, pero Saúl abrió la boca, cambió de idea, y se limitó a inclinarse a por su cerveza. David suspiró. Aquel tío era la persona más pesada que había conocido en sus veinte años de vida, y justo elegía esa noche para ponerse introspectivo. Por enésima vez, David rezó para que alguien más saliera al porche trasero con ellos, y luego bebió él también otro trago de cerveza.

Habían llegado el jueves por la tarde, después de un viaje eterno por caminos de cabra mal asfaltados. Él había ido en el coche con dos de las compañeras de piso de su hermana, intentando librarse de los monólogos de Saúl, pero a cambio había tenido que soportar un flirteo sin disimulos que le había hecho fantasear con saltar del coche en marcha. Nada más llegar, había decidido alejarse de todo el mundo, ponerse el bañador, y saltar a la laguna. Mientras corría por el pequeño muelle de madera, David se había sentido como en una película juvenil americana, pero en el momento en el que su cuerpo había tocado el agua, sus pulmones se habían comprimido hasta formar una pelota arrugada, y el frío había colapsado sus sentidos. En ese momento había asumido que no habría nada capaz de salvar aquel viaje, y se había dedicado a combatir la hipotermia con mantas y whisky.


-¿Y de qué va tu tesis? -era un cambio brusco, pero no sabía qué más intentar para generar conversación. Recordaba vagamente que su hermana le había dicho que estaba haciendo el doctorado en psicología, aunque por alguna razón, en su cabeza sólo podía imaginarle con bata de laboratorio observando con cara de concentración cómo un mono se comía un donut caducado. 


-Trata sobre la hipopotomonstrosesquipedaliofobia. Es una fobia por la que...

-¿Qué coño has dicho de un hipopótamo? -le interrumpió David con un tono entre la broma y el tedio.

-Es lo que te estaba intentando explicar -David no sabía si le había molestado, pero en el fondo, tampoco le importaba demasiado. 

-Sí, perdona, no quería cortarte pero es que no sé ni en qué idioma estás hablando. 

-Bueno, la palabreja ésa es como se llama al miedo a las palabras largas. 

-¿En serio hay gente a la que le asusta algo así?

-Pues sí, es totalmente real. Tiene que ver con el miedo a quedar en ridículo al pronunciar mal una palabra, o a no entenderla cuando la dice otra persona -mientras David le escuchaba, no podía evitar fijarse en la extraña forma en la que movía sus manos, como si estuvieran agarrotadas. Definitivamente, su hermana tenía el peor gusto en hombres de la historia-. Son gente que intenta hablar siempre con palabras muy sencillas, y que entran en pánico en cuanto tienen la sensación de que la conversación va a superarles. 

-Osea, que yo puedo plantarme en mitad de una una reunión de hipopótamos anónimos de esos, gritar “esternocleidomastoideo”, y salen todos chillando presas del pánico -David imaginó la escena en su cabeza. Puede que fuera el alcohol, pero la encontraba terriblemente cómica-. Qué gracia. O mejor, qué desternillante, que es más largo. ¿Cuántas sílabas tiene que tener para empezar a dar miedo? 

-No es necesariamente por el número de sílabas. Los tecnicismos, y las palabras inusuales en general también les ponen nerviosos. Al final, es sólo una manifestación de inseguridades, o de otras fobias sociales. 

-Supongo que tiene sentido -dijo David, todavía sonriendo-. Aunque aún así me sigue pareciendo un miedo como muy tonto.  

-Sí, es lo bueno de que te persiga un asesino psicópata con un hacha. El resto de miedos palidecen en comparación. 

David se giró hacia él fingiendo indignarse, pero no pudo evitar una pequeña carcajada. “Bueno, ya tenemos un chiste interno”, pensó. Seguro que su hermana se llevaba una alegría. El incidente al que hacía referencia Saúl había ocurrido esa misma tarde, mientras la parejita feliz y sus amigas echaban la siesta. David había salido al porche a fumar maría, y después de un rato aburrido, había decidido dar una vuelta por el bosque que rodeaba la laguna. Su cerebro estaba envuelto en bruma, y la propia realidad parecía ligera, volátil. 

Había encontrado al asesino al otro lado del bosque, con un hacha en la mano, la ropa manchada de sangre, y un saco con un cadáver a sus pies. David había visto suficientes películas sobre cabañas en el bosque como para saber que, a partir de aquel momento, ese monstruo iba a dedicarse a matarles uno a uno de formas grotescas. Sin más alternativas, David había decidido luchar por su vida, y se había abalanzado sobre él blandiendo una gruesa rama. Sin embargo, al acercarse a su rival, el surrealismo se había adueñado de la escena, y había encontrado al lado del asesino a una niña china con un gorrito de oso panda, y a otro hombre en una tumbona rellenando un sudoku. David se había quedado congelado delante de ellos, con el palo levantado y cara de imbécil. Los dos hombres le habían mirado confundidos, y David no había visto otra salida que explicarles su error al comprender que el saco estaba lleno de leña y que la sangre era en realidad pintura y sudor. 

-¿Cómo te has enterado? -le preguntó a Saúl, sonrojándose al recordar la experiencia. Había vuelto a la casa avergonzado, y no se lo había contado ni siquiera a su hermana. 

-Ha sido el psicópata. Me ha llamado por teléfono muerto de la risa. Tiene una casa al otro lado de la laguna, así que nos conocemos desde niños. 

-Sí, supongo que tenía que haberme imaginado algo así -David hizo una pausa, tragó saliva, y le preguntó lo que le llevaba rondando toda la tarde la cabeza, intentando que sonara casual-. ¿Son gays? 

-Sí -confirmó Saúl-, llevan casados casi desde que se aprobó la ley, y a la pequeña la tienen desde hace un año. Parecían salidos de una campaña de tolerancia del gobierno, pero al principio el estrés de la adopción y de intentar que la niña se adaptase a su nueva vida casi les cuesta el divorcio. Ahora creo que les va mejor. Supongo que descuartizar jóvenes ayuda a liberar tensiones. 

David pensó en añadir algo más, pero un ligero malestar en la base del estómago se lo impidió. No pudo evitar pensar en su hermana, en todas las cosas que tenía que haberle contado desde hacía ya años, y que seguía posponiendo con motivos cada vez más absurdos. Sabía que lo iba a aceptar, pero aún así no sabía de dónde coño venía aquella inseguridad. Suponía que tenía el mismo origen que aquella fuerza invisible que le obliga a esconder los comics de los x-men dentro de la mesilla cada vez que llevaba a algún tío a dormir a casa. En su lugar, dejaba siempre a la vista una copia de “Cien años de soledad” que nunca había conseguido terminar. 

-Sabes que se lo puedes decir a tu hermana, ¿no? En realidad lo sabe desde hace tiempo -Las palabras de Saúl le devolvieron a la realidad bruscamente. De repente el suelo parecía dispuesto a ceder y dejar que cayera en un pozo sin fondo. 

-¿De qué hablas? -dijo David intentando mantener la calma.

-Me refiero a que le puedes contar que eres gay. 

-Eso son infamias y calumnias -David contestó lo más rápido que pudo, intentando dejar claro que se tomaba todo aquello como una broma. Asún su voz le traicionó con un pequeño temblor. 

-Bueno, perdona, no debería haberme metido. He bebido demasiado, y sólo quería ayudar. Olvida lo que he dicho.

La barbilla de David tembló ligeramente. En realidad no quería olvidarlo. Era consciente de que su hermana lo sabía, o que al menos lo sospechaba, pero aún así no podía librarse de aquel miedo absoluto a ser rechazado. Por un momento, fantaseó con un futuro sin aquella carga. Cenas con su hermana y sus respectivas parejas, tras las cuales podría acostarse al lado de su novio imaginario y criticar los gestos y las historias de su cuñado. En algún lugar de su cerebro empapado de alcohol, las barreras se derrumbaron, y todo pareció tener sentido durante unos momentos. 

-No sé. En el fondo tienes razón, lo que pasa es que soy un puto imbécil. Lo he intentado muchas veces. He elegido decenas de momentos perfectos para contárselo, pero luego a la hora de la verdad, me da miedo decirle a mi hermana que soy homosexual. Será que tiene muchas sílabas, y que en el fondo soy más hipopótamo de lo que pensaba. 

-¿Sabes que no se les llama así, no? -dijo Saúl, con una sonrisa de satisfacción.

David se encogió de hombros. Su cuerpo parecía de repente el de un extraño, y se sentía a la vez feliz y tremendamente triste. Antes de que pudieran seguir la conversación, el ruido de la puerta corrediza de cristal les hizo girarse. Julia tenía una botella de vodka en la mano, y un corazón pintado en la mejilla con pintalabios.

-Hola churri -dijo con sorna mientras le daba a Saúl un beso en los labios, sabiendo que David odiaba aquellas muestras de afecto-. ¿Qué le estás contando a mi hermanito? 

-Nada interesante. Hablábamos sobre películas de terror -Julia frunció el entrecejo, sabiendo que a ninguno de los dos les gustaba especialmente el cine, pero no dijo nada-. Ya sabes, de esas con asesinos en serie y montones de sangre por todas partes.  

-Bueno, me da igual, no sé ni para qué he preguntado. En realidad he sólo venía a deciros que entréis dentro. Hace frío, y las chicas quieren que les enseñes a jugar al poker. 

Saúl puso los ojos en blanco, y David no pudo evitar reirse ante su expresión. Su hermana le miró intrigada, intentando determinar si su risa era una burla o un signo de mejora en su relación, pero no dijo nada. David remoloneó un rato más, terminando su cerveza en la oscuridad. El cielo estaba nublado, y la luz de la luna apenas iluminaba la superficie del agua. Desde el interior de la casa llegaban risas y gritos, pero David apenas los oía, con la mirada perdida en algún punto de aquel paisaje pintado de negro. 

“Pi-ro-ki-ne-sis”. Le gritó a la oscuridad, remarcando cada una de las sílabas. “In-ter-di-men-sio-nal”. “Ar-chi-e-ne-mi-go”. Las palabras se perdieron en la oscuridad, y el silencio volvió a rodearle. Aquel lugar no estaba tan mal, pensó David, aunque era una pena que el agua estuviera todavía tan fría. Después, recompuso en su rostro una sonrisa triste, cogió la botella de cerveza vacía, y entró de nuevo en la casa. 

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Por Aitor Villafranca (@avillafranca_)

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