Bourbon

NOTA: Este relato ha sido escrito utilizando 20 palabras aleatorias sugeridas a través de twitter:  cicuta, bukkake, machetazo, consolador, ponzoñoso, caliente, lúgubre, cátedra, aire, taquicardia, basurero, cuchilla, bourbon, vainilla, ameba, nebulosa, rollizo, vilipendio, beligerante e infinito.



BOURBON


Tres personas eran demasiadas para dormir en una misma cama. Respiraciones desacompasadas, cuerpos demasiado calientes invadiendo su espacio vital. Javier intentó cambiar de posición por enésima vez, pero sólo consiguió que su pierna desenterrara un consolador de entre las sábanas. Con un gruñido en el que se mezclaban frustración y hastío, lo arrojó fuera de la cama de una patada y se incorporó ligeramente, apoyando la espalda sudada contra la pared.

El reflejo de las farolas se colaba por la persiana mal bajada, iluminando aquellos tres cuerpos asimétricos. Una niebla densa suavizaba la luz, volviéndola más sólida y lúgubre. Por alguna razón le recordaba a un funeral. Tras un suspiro cansado, Javier se frotó los ojos con fuerza y miró a su derecha. “Éste es el cuerpo de mi marido”, pensó. La barriga cada vez más prominente, a pesar del gimnasio. Semen reseco por todo su cuerpo mal depilado, como si hubiera sobrevivido a un bukkake. El ceño fruncido, incluso en sueños.

Estaba seguro de que había un tiempo en el que las facciones de Adrián habían sido más suaves, pero a Javier le costaba visualizarlo. Debía haber sido antes de que se amargase y comenzara las conversaciones con reproches. Antes de que empezara a fumar y a sentar cátedra con todas sus afirmaciones. “Las nuevas políticas económicas son sencillamente un vilipendio”. “El arte contemporáneo de Corea es la verdadera revolución de nuestra era”. Otra opinión absoluta, sin lugar a réplica. Otra copa en manos de Javier, la cuarta o la quinta, y otro joven impresionado, asintiendo con vehemencia ante todas sus frases mientras iba invadiendo poco a poco su espacio. Sonriendo de vez en cuando a Javier para dejar claro que él también estaba en sus planes.

En aquella ocasión había sido uno chico teñido de rubio, con mejillas rollizas y un nombre que no conseguía recordar. Algún diminutivo inglés, probablemente sin mucho que ver con lo que ponía en su carnet de identidad. Tenía 30 años, y decía que quería ser guionista. Era algo más alto que ellos, iba mucho más arreglado, y bebía cócteles absurdos con pétalos de violeta y aroma de vainilla. Cuando aquel chico había apoyado la mano sobre su brazo, Javier había retrocedido instintivamente. Era demasiado joven para ellos, demasiado artificial. También demasiado feliz.

Aún así había acabado aceptando su presencia. Le había pagado la siguiente copa, y le había acariciado su pelo teñido camino a casa. Le había follado, había sido follado. Había participado en todas las posiciones en las que se le había requerido, y había adoptado el papel de observador en el resto. Todo con la mirada ligeramente perdida, pensamientos fríos y apáticos guiando aquel baile agarrotado.

Treinta años. ¿Cuándo habían pasado un chico de treinta a ser demasiado joven? Objetivamente no les separaba tanto tiempo, pero Javier tenía la sensación de pertenecer a otra generación. De ser un viejo. Se había vuelto irascible y beligerante, aunque lo escondiera debajo de sonrisas forzadas y martirios autoimpuestos. Hacía tiempo que había dado por perdida contra la línea de su pelo, y el estrés en la empresa le había llevado dos veces al hospital con taquicardias. Sólo le faltaba un bastón y una rodilla mala con la que quejarse del tiempo.

Javier no tenía claro cuándo había pasado, pero no había duda de que en algún momento su vida se había ido a la mierda. Las decisiones correctas habían llevado a lugares equivocados. Las culpas se habían acumulado, los días se habían vuelto meros plagios de otros días mejores, y hasta el sexo había pasado a ser algo sucio, ponzoñoso. Una especie de película porno contaminada. Aunque no hubiera marcha atrás, Javier echaba de menos los tiempos en los que podían hacer cualquier guarrada sin perder ese aura de felicidad. Cuando podía esposarle, escupirle, e incluso mearle encima, y de sus ojos nunca desaparecía esa mirada tierna. La media sonrisa de quien sabe que está en el lugar adecuado, y que todo lo demás no importa. También habían hecho tríos entonces, aunque era distinto. Habían sido una diversión, no una necesidad, y sus invitados nunca se habían quedado a dormir. Ahora traían a desconocidos a casa por miedo. Miedo a que si no follaban con otra gente de manera consentida, lo harían a escondidas. Un pequeño malestar permanente en lugar de la posibilidad de una herida irreparable. Un mal menor.

Javier miró a su izquierda instintivamente, y se mordió los labios confuso al darse cuenta de que el tipo de aquella noche era moreno, no rubio. El estado de duermevela debía estar afectando a su cerebro más de lo que pensaba. Quizás por esa misma razón, de repente tenía ganas de matarle. O mejor, de matar a su marido. Se imaginó caminando desnudo hasta la cocina, para luego volver armado y destrozar su cuerpo a machetazos. Dividirlo en pedazos diminutos que luego podría mezclar con su propio cuerpo triturado. Quizás en una bolsa negra de plástico que algún basurero pudiera recoger y arrojar entre las montañas de desperdicios generados por el mundo.

No, nunca podría elegir una forma tan agresiva de castigo. Se había convertido en algo demasiado parecido a una ameba. Una masa informe y sin iniciativa. Le pegaba más acabar con su propia vida, dejarle cargar con el peso de los remordimientos. Cuchillas y una bañera. O quizás cicuta, disuelta en un vaso de bourbon. Como el que le había dado a probar en aquella primera cita, hace un millón de vidas. Había sonreído ante su cara de desagrado, y luego en la calle había apuntado al cielo y le había hablado de la nebulosa de Orion. De cómo los científicos la habían utilizado para desentrañar los orígenes del universo, y de cómo los antiguos griegos creían que Orión un gigante que creado por Zeus y Poseidón al mear sobre una piel de buey. Javier se había reído, y le había preguntado qué tipo de conversación era ésa para una primera cita. Luego le había besado.

Aquella noche habían terminado en la misma cama que ocupaba ahora Javier. La misma que de repente amenazaba con convertirse en cristal, con abrirle las entrañas y anular su existencia. Asustado, apartó la almohada y se apoyó con más fuerza contra la pared, buscando algún tipo de protección. Todo su cuerpo empezó a temblar. Las olas de sudor eran ya imparables, y el aire de la habitación parecía haber desaparecido por completo. Javier tenía que salir de allí, lavarse las heridas, recuperar su vida. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Cómo podía haber olvidado que el mundo era infinito?

Se giró para apartar el cuerpo del desconocido que habían llevado a aquella casa que ya no era suya, pero sus manos no encontraron carne que empujar. Javier estaba en el borde de la cama, y era el chico rubio el que ocupaba la posición central, con la cabeza recostada contra el brazo de su marido. Javier entrecerró los ojos, sacudió la cabeza, y se levantó de golpe, notando como las paredes de la habitación se volvían gelatinosas durante unos segundos. Avanzó hasta la puerta entreabierta de la habitación ayudándose de la pared para no perder el equilibrio.

Antes de irse para siempre de aquella habitación, de aquella casa, se dio la vuelta para mirar por última vez el cuerpo de Adrián. Todas sus terminaciones nerviosas se enredaron en un amasijo de alambre de espino. Su sudor se convirtió en sangre. No, no podía ser la última. Habría sido demasiado absoluto, demasiado cruel. Aquella piel era parte de su historia. De todo lo que era y había sido. De todo lo que podría ser. Con los ojos llorosos, Javier salió de la habitación con pasos tambaleantes y detuvo su huída dejándose caer sobre el sofá.

El cuero acogió su cuerpo desnudo. A través del marco de la puerta, seguía viendo dos pares de piernas, pero no era nada que no pudiera tapar escondiendo la cabeza entre los cojines. Se sentía inútil, débil. Puede que siempre lo hubiera sido, y todo lo demás fuera un simple espejismo. Puede que no existieran Orión, el bourbon, él mismo. O puede que hubiera confundido los tiempos, y que realmente no hubieran ocurrido todavía, y le estuvieran esperando en algún pliegue del futuro. “Quizás mañana”, pensó durante un instante, antes de que el cansancio arrastrase su cerebro hacia la nada.

Sin más cuerpos ocupando su espacio, Javier se quedó finalmente dormido.

----

Por Aitor Villafranca (@avillafranca_)

1 comentarios:

Unknown dijo...

Impresionante.

Publicar un comentario